El origen del pastel ruso se encuentra en la Exposición Universal de París de 1855, un evento monumental que reunió a las grandes potencias del mundo y sus innovaciones. Durante este evento, el zar Alejandro II de Rusia fue agasajado por la corte francesa con una serie de platos especiales. Entre estos, uno de los más destacados fue el que conocemos hoy como pastel ruso. Este postre fue creado en honor a la aristocracia rusa que se encontraba en la capital francesa y se sirvió como una muestra de la hospitalidad francesa hacia los visitantes de la nobleza rusa, marcando el inicio de la popularización de este pastel.
Eugenia de Montijo, la emperatriz consorte de Napoleón III, jugó un papel crucial en la creación y difusión de este pastel. Nacida en Granada, España, Eugenia llevó consigo las tradiciones culinarias españolas a la corte francesa. En 1855, ella y su círculo de chefs españoles adaptaron muchas recetas a los gustos de la alta sociedad francesa, y fue en este contexto en el que el pastel ruso empezó a tomar forma. El pastel no es originario de Rusia, sino que fue denominado así debido a la fuerte influencia de la nobleza rusa en París en ese momento.
El pastel ruso que se sirvió en la Exposición Universal de 1855 combinaba un bizcocho daquoise, tradicionalmente hecho con claras de huevo y almendras, con una crema muselina de praliné, una mezcla suave y cremosa de crema pastelera con praliné y mantequilla. Este contraste de texturas, con la base crujiente y el relleno suave, hizo que el pastel fuera un éxito instantáneo en la alta sociedad de la época, marcando un hito en la repostería francesa.
La razón por la que este pastel fue denominado “ruso” se debe a la relación entre Francia y la nobleza rusa durante el siglo XIX, especialmente con la familia imperial rusa. El zar Alejandro II y su sucesor Nicolás II, quienes se encontraban en contacto con la corte francesa, fueron clave en la introducción de este postre. A pesar de que la receta no tiene raíces directamente rusas, se eligió este nombre como homenaje a la aristocracia rusa presente en los eventos de París, lo que simbolizaba la fusión entre la cultura gastronómica francesa y la influencia rusa.
La Exposición Universal de 1855 y la fiesta que se organizó para agasajar al zar Alejandro II, permitió que el pastel ruso se popularizara en Francia y otros países de Europa. Esta celebración marcó un punto culminante en las relaciones gastronómicas entre las distintas naciones europeas y contribuyó a la consolidación del pastel ruso como un símbolo de elegancia y sofisticación. Con el tiempo, este postre pasó a formar parte de la repostería clásica francesa, adoptado en la corte y entre las élites de la época.
Hoy en día, el pastel ruso sigue siendo un emblema de la fusión culinaria entre Francia, España y Rusia. Aunque ha sufrido algunas variaciones a lo largo del tiempo, la receta básica, que incluye el bizcocho daquoise y la crema muselina de praliné, sigue siendo la misma. Este postre es recordado no solo por su sabor y textura, sino también por su conexión con la historia de la Exposición Universal de París de 1855 y la figura clave de Eugenia de Montijo, quien, al igual que otros miembros de la corte, ayudó a que este pastel trascendiera fronteras, uniendo la cultura gastronómica de Europa de manera única.